Ojos de gata
Después de la cena,
nos invitó Elena a su casa,
nos regalaría un libro de poemas
que había escrito hacía algún tiempo.
Al entrar, de inmediato, una gata blanca,
hinchada de belleza, acariciaba mis botas,
flotaba por el espacio cargado de olor
y ambientes íntimos.
Parecía haber limado sus uñas
con la fina medida de un verso,
era ella la dueña del rascacielos
que formaban los volúmenes
de libros que dormían bajo sus miradas.
Sin dudar me pareció, mas que gata,
casi una dama, ingeniosa y guardiana,
y yo su silencioso amante .
Fui indudable conjuro de amor
y ella, en su desdén, algunos
de mis antiguos deseos.
Ahora conservo, en los cimientos
de mi pequeño rascacielos,
el libro de poesía de una amiga,
maravilloso regalo,
y recuerdo dos penetrantes manchas azules,
dos ojos de gata en mi memoria.
Abel Dávila
Después de la cena,
nos invitó Elena a su casa,
nos regalaría un libro de poemas
que había escrito hacía algún tiempo.
Al entrar, de inmediato, una gata blanca,
hinchada de belleza, acariciaba mis botas,
flotaba por el espacio cargado de olor
y ambientes íntimos.
Parecía haber limado sus uñas
con la fina medida de un verso,
era ella la dueña del rascacielos
que formaban los volúmenes
de libros que dormían bajo sus miradas.
Sin dudar me pareció, mas que gata,
casi una dama, ingeniosa y guardiana,
y yo su silencioso amante .
Fui indudable conjuro de amor
y ella, en su desdén, algunos
de mis antiguos deseos.
Ahora conservo, en los cimientos
de mi pequeño rascacielos,
el libro de poesía de una amiga,
maravilloso regalo,
y recuerdo dos penetrantes manchas azules,
dos ojos de gata en mi memoria.
Abel Dávila
No hay comentarios:
Publicar un comentario